Chourmo by Jean-Claude Izzo

Chourmo by Jean-Claude Izzo

autor:Jean-Claude Izzo [Izzo, Jean-Claude]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1995-12-31T16:00:00+00:00


Oh, Dios mío, ten piedad de mí,

que pueda ver a los que amo

y que se vaya mi pena…

Lili Boniche estaba cantando «Argel, Argel». «Murad» se volvió a quedar callado.

Di la vuelta a la iglesia de Saint-Henri.

—A la derecha. Luego la primera a la izquierda.

El abuelo vivía en el Impasse des Roses. Aquí no había más que casitas de uno o dos pisos. Todas mirando al mar. Apagué el motor.

—Oye, no habrás visto un Ford Fiesta azul en el aparcamiento. Uno sucio.

—No me suena. ¿Por?

—Por nada. Bueno, luego lo vemos.

Murad llamó una, dos, tres veces. La puerta no se abrió.

—A lo mejor ha salido —dije.

—Sólo sale dos veces a la semana. Pa ir al mercao.

Me miró preocupado.

—¿Conoces a algún vecino?

Se encogió de hombros.

—Él creo que sí. Pero yo…

Bajé la calle hasta la casa colindante. Di unos timbrazos rápidos. No se abrió la puerta, pero sí la ventana. Al otro lado de los barrotes salió una cabeza de mujer. Un cabezón con un montón de rulos.

—¿Qué quería?

—Buenos días, señora —dije acercándome hacia la ventana—. Venía a ver al señor Hamudi. Estoy con su nieto. Pero no abren.

—Me extraña. Mire usté que a las doce hemos estado ahí cotilleando un rato. Y luego siempre se echa una siestecilla. O sea, que vamos, que tiene que estar.

—¿No estará malo?

—No, no, qué va… Está de maravilla. Espere, que le abro.

Unos segundos después nos hizo pasar. Se había puesto un pañuelo en la cabeza para taparse los rulos. Era enorme. Caminaba despacio, jadeando como si acabara de subir seis pisos corriendo.

—Es que tengo cuidado antes de abrir la puerta. Mire, con toda la droga y la cantidad de moros que hay por todas partes, te atacan hasta en tu propia casa.

—Qué razón lleva —dije yo sin reprimir la sonrisa—. Hay que tener cuidado.

La seguimos hasta el jardín. Su jardín y el del abuelo sólo estaban separados por un murete de apenas un metro de alto.

—¡Eh! ¡Señor Hamudi! —gritó—. ¡Señor Hamudi!, ¡qué tiene visita!

—¿Puedo saltar al otro lado?

—Tire, tire. ¡Ay, madre, como le haya pasao algo!

—Espera aquí —le dije a Murad.

Salté sin problemas. El jardín era idéntico, igual de cuidado. Aún no había llegado a la escalera y ya tenía a Murad conmigo. Entró el primero en el salón.

El abuelo estaba tirado en el suelo. Con la cabeza ensangrentada. Los hijos de puta, antes de irse, le habían hecho comerse la medalla militar. Le quité la medalla de la boca y le tomé el pulso. Todavía respiraba. Había perdido el conocimiento. KO. Un milagro. Pero sus agresores seguramente no habían querido matarlo.

—Vete a abrir a la señora —le dije a Murad. Se había arrodillado junto a su abuelo—. Y llama por teléfono a tu madre. Dile que venga rápido. Que coja un taxi —no se movía. ¡Estaba como tetanizado!

Se levantó despacio.

—¿Se va a morir?

—¡No, venga, corre!

Llegó la vecina. Estaba gorda, pero se movía rápido.

—¡Santa María bendita! —soltó en un profundo jadeo.

—¿No ha oído usted nada? —sacudió la cabeza—. ¿Ni un grito?

Volvió a sacudir la cabeza. Parecía haberse quedado sin habla.



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